miércoles, 13 de julio de 2011

LA SILLA NUMERO 18

Desde que vi el número en el tiquete, supe que este viaje seria una historia muy interesante.

Aun retumban en mi mente las tiernas palabras de la señorita que atendía la ventanilla de la famosa empresa de transporte intermunicipal: " Es la única silla que nos queda, usted verá si viaja ahí, porque o si no le tocará viajar hasta mañana"


¿Mañana? Eso era todo un sacrilegio. Había atravesado la ciudad por más de dos horas contra todo obstáculo que se me había colocado en el camino, cosas dignas de una leyenda celta y por sobre todo, tenía que desmentir a toda costa las afirmaciones de mi novia que decía que eso me pasaba por levantarme tarde.

El orgullo y un poco de locura frenética y compulsiva me llevaron a sacar el dinero, estirar mi mano y recibir el boleto que me llevaría a permanecer 6 horas “ahí” como dijo la señorita de la ventanilla, en LA SILLA NUMERO 18.

Todos aquellos que han tenido la oportunidad de viajar en lo que en Colombia llamamos “EuroVan” sabrán de lo que estoy hablando. La EuroVan es una especie de bus mediano de 18 puestos. Si, 18. Donde 18 es el último que, paradójicamente, en esta clase de vehículos no se encuentra en la parte de atrás si no en la parte de adelante, entre el conductor y otro pasajero, en una especie de sándwich humano que para las personas que medimos más de un metro 70 centímetros de estatura como yo, se convierte en toda una experiencia de vida.

El primero en darme una cordial bienvenida fue mi compañero de puesto. Me miro de arriba a abajo con una cara como de: “¿usted se va a sentar ahí? Que embarrada”; como a los 5 minutos  ya estaba en brazos de Morfeo, colocando un grado de dificultad más a mi travesía.

Paso siguiente: buscar conversación con el conductor, eso me distraería un poco. Siempre he tenido habilidades para poder hablar con las personas y entablar buenas pláticas de donde no las hay. El chofer resulto ser más callado que una tumba, no cayó en ninguno de mis anzuelos lanzados como: ¿esta difícil el tráfico hoy no? O ¿ya entro el verano no? Quizás este si dará resultado pensé: Y que, ¿ya abrieron la carretera en el punto del derrumbe o no? Nada. El hombre no me paraba cuidado, además se la pasó hablando por celular, con su “manos libres”, solucionando problemas de toda clase, desde que iba a cocinar la mama de almuerzo ese día hasta las situaciones sentimentales de sus compañeros de trabajo. No, conversar no fue una opción.

Decidí cerrar mis ojos y conciliar el sueño aplicando todos los conocimientos de meditación aprendidos. La respiración, elemento tan importante en mi vida y en mi profesión me ayudaría a despegar de mi mente la incomodidad que sentía al tener clavado en mis rodillas el tablero de mando del pequeño vehículo y la gran molestia de no poder estirar las piernas y en pocos minutos quede profundamente dormido. La felicidad duraría poco, en un momento sentí un golpe certero en mi pierna izquierda. Era el poderoso brazo del conductor junto a su palanca de cambios quienes me sacaron de mi profundo trance y me devolvieron a la realidad con un simple” que pena hermano, ¿lo desperté?” Seguido por una risa socarrona producida quizás por su palillo entre los dientes.

Creo que llevábamos algo más de dos horas de camino cuando nos encontramos con un amigo muy común en nuestras carreteras: el tráfico. Habían cerrado la vía por causa de un derrumbe ocasionado por el invierno que azotaba a nuestro país en esos días. ¡Pero vaya coincidencia! Ese día hacia uno de los calores más impresionantes que había sentido y la orden perentoria del conductor fue que permaneciéramos dentro del mini bus para que ninguno se quedara. Estuvimos detenidos por más de una hora en donde mi único panorama era otro bus interdepartamental que en su carrocería tenia dibujado a un pasajero sonriente, plácidamente sentado en sillas ortopédicas, con su portátil en una mesa reclinable, un café y un slogan que parecía burlarse de mí: “viaje cómodamente… viaje con nosotros”

Con mis piernas completamente dormidas y la desesperación angustiante llevándome al punto de casi explotar en llanto, solo podía consolarme en que a escasas 3 horas de viaje me encontraría feliz en los brazos de mi amada, pasando uno de los mejores fines de semana de mi vida. Frases como: “esto es mucho amor” se repetían una y otra vez en mi cabeza y en un momento de lucidez empecé a pensar en la proeza que sería el viaje de regreso. Eso sería otra historia…




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